21.08.2022 – Mogón-Villacarrillo-Iznatoraf-Villanueva del Arzobispo

Intenta entrar por la puerta estrecha

Isaías 66,18-21, Salmo 116, Hebreos 12,5-7, 11-13, Lucas 13,22-30

Jesús dice: “No sé de dónde sois.” Mateo lo expresa sin rodeos: “No sé quienes sois: alejaos de mí” (cf. Mt 7,21-23). ¿Podrían dirigirse estas palabras a nosotros, que hemos celebrado muchas Eucaristías (cenando con Cristo), leído la Biblia con frecuencia (escuchándole), predicado y asistido a muchos ejercicios espirituales? ¡Qué miedo daría que estas palabras vinieran de Dios mismo, que ha dicho que nos conocía incluso antes de que nos formáramos en el vientre materno (cf. Jer 5,1), que nos conoce por nuestro nombre (cf. Is 43,1), y que nuestros nombres están escritos en la palma de sus manos (cf. Is 49,16)! Si nuestras palabras de fe no se han hecho carne en nosotros, Cristo simplemente no ve su imagen y semejanza en nosotros.

En el día del juicio, los títulos no contarán. El estado de vida -sacerdote, religioso, soltero o casado- no contará. La tribu, la raza y el color no contarán. “Vendré a reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria” dice el Señor por boca del profeta Isaías en la primera lectura de hoy. El Señor sólo nos reconocerá por una vida humilde, una vida buena, una vida de fe que se traduce en obras. Para nosotros, los cristianos, esto significa que estamos llamados a establecer una verdadera comunión con Jesús, rezando, yendo a la iglesia, acercándonos a los sacramentos, recibiendo y nutriéndonos de su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza, reaviva nuestra caridad, y así, con la gracia de Dios, podemos y debemos dedicar nuestra vida al bien de nuestros hermanos, luchando contra toda forma de mal e injusticia.

La salvación es un factor decisivo: La vida eterna o la muerte eterna depende de que nuestra vida en su conjunto esté de acuerdo con la doctrina central del Evangelio: amar a Dios y al prójimo. Todos queremos salvarnos, por eso tenemos que buscar con toda humildad y sencillez los pasajes en los que Cristo habló de la vida eterna, cuando divide a las personas en su mano derecha y su mano izquierda. Habló del amor a Dios, traducido en amor al prójimo, que está por encima de todas las prácticas religiosas, de dar de comer y beber, de visitar a los tristes, a los enfermos, a los encarcelados, al final de la vida, decía San Juan de la Cruz: “Nos examinarán sobre el Amor.”

Amar es la hoja de ruta para llegar a un final feliz en la carrera de la vida. En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc.13,24.) El auténtico Amor es el que busca sinceramente el bien del otro, tiene un lado duro, que implica la lucha contra el propio egoísmo. La llamada radical a entrar por la puerta sólo es posible cuando se descubre que Jesús mismo es la puerta: “Yo soy la puerta; si alguien entra por mí, se salvará” (Jn.10,9).

¿Se salvarán muchos o pocos?  San Juan nos dice en el libro de Apocalipsis que hay una multitud de bienaventurados que nadie puede contar. La misericordia de Dios es infinita, quiere salvarnos a todos. La salvación, sí, es un don de Dios, pero exige una respuesta positiva por nuestra parte: San Agustín dice: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti.”