14.08.2022 Mogón-Villacarrillo-Iznatoraf-Villanueva del Arzobispo

La fe de un profeta: signo de contradicción

Jer 38, 4-6, 8-10; Heb 12, 1-4; Lc 12, 49-53

Este domingo la Iglesia nos anima y nos levanta el animo para luchar contra el mal siguiendo las huellas de Cristo nuestro Señor, que vino a traer “fuego” a la tierra para comunicarnos algo de su tremendo celo. Jesús viene a purificar, transformar y salvarnos a nosotros, a nuestras familias y a la sociedad de los peligros que nos aquejan.

Jeremías sufre graves injusticias por el mensaje que predicaba. Se convirtió en un hombre de disensión para toda la tierra donde predicaba la palabra de Dios. Su mensaje era muy incómodo para los dirigentes. Por eso, su mejor opción era deshacerse de él poniendo al rey en su contra. Aunque tuvieron éxito, en su complot, Dios demostró ser un poderoso salvador. Como el que envió al profeta, no permitió que pereciera, sino que, a su manera, acudió en su ayuda. Nuestro Dios es siempre fiel y está dispuesto a librarnos en los momentos de dificultad, como atestigua el salmista: “Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito.”

El evangelio de hoy nos presenta la cara opuesta de Jesús: “He venido a prender fuego a la tierra y cuanto deseo que ya esté ardiendo.” “¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división…”  Las imágenes que utilizó Jesús -fuego, división- hablan de oposición y conflicto. Para los judíos, el fuego era un símbolo de juicio; y la venida de nuestro Señor a este mundo trajo juicio (Juan 9:39-41). Es extraño estas afirmaciones, ya que parecen contradecir la misión de nuestro Señor Jesucristo en la tierra. La profecía de Isaías (9:6) nos dice, entre otras cosas, que Jesucristo es el Príncipe de la paz. En su nacimiento, los ángeles cantaron: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los pueblos de la tierra” (Lucas 2:14). Al aparece a los apóstoles a puerta cerrada, el Señor resucitado les saludó dos veces: “la paz esté con vosotros” (Juan 20:19-21).

Sí, Jesús da la paz a los que confían en Él (Rom 5:1), pero a menudo su confesión de fe se convierte en una declaración de guerra entre sus familiares y amigos. Si nuestro seguimiento de Jesús nos separa de los demás, ese es simplemente el precio que debemos pagar por intentar de ser fieles. Jeremías dijo la verdad y nadie quiso protegerlo. Si los cristianos decimos la verdad, las autoridades civiles no querrán protegernos. Vemos cómo muchas ideologías hoy en la sociedad están en contra del Evangelio y de la expresión religiosa.

La segunda lectura nos desafía a estar dispuestos a soportar la cruz cada día y a no avergonzarnos del sufrimiento. Se nos invita a ver a Jesús y a no cansarnos ni desanimarnos al tratar de vivir el Evangelio en nuestras vidas. En medio de las dificultades internas y externas para vivir nuestra vida cristiana, el autor nos exhorta a “renunciando toda carga y pecado que nos asedia y perseverar en la carrera que nos toca, manteniendo la mirada fija en Jesús, el que inicio y completa nuestra fe.”

Que Dios nos dé la gracia y la fuerza para soportar las persecuciones que se nos presenten como al profeta Jeremías y permanecer siempre fieles al Señor. Nuestro Dios no nos abandona jamas.