23.01.2022 – Mogón – Villacarrillo – Villanueva del arzobispo

Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
Neh 8, 2-4a 5-6.8-10, Salmo 18, 1Cor 12:12-30, Lucas1.1-4,4.14-21
En este tercer domingo del tiempo ordinario del año, la Iglesia quiere que meditemos sobre el valor y la importancia de la Palabra de Dios. Por ello, la Iglesia universal instituyó hace unos años celebrar hoy el domingo de la palabra de Dios.
Cada vez que escuchamos la palabra de Dios proclamada en la asamblea litúrgica como ahora, al final de la proclamación, el lector dice: “esta es la palabra de Dios”, y nosotros respondemos: “Alabemos al Señor” o “gracias a Dios”. ¿Qué queremos decir realmente con eso? Estamos dando gracias a Dios por hablarnos y le estamos diciendo a Dios que aceptamos sus mandamientos. También nos comprometemos a esforzarnos a vivir nuestra vida de acuerdo con la palabra de Dios.
La primera lectura de hoy nos da un ejemplo típico de la asamblea del pueblo de Dios, reunida en torno a la palabra de Dios. La asamblea estaba dirigida políticamente por el líder de la comunidad, Nehemías, el gobernador, y religiosamente por Esdras, el sacerdote y escriba. El pueblo se puso en pie para escuchar la palabra de Dios y respondió con un gran Amén y alegría. Pero también sintieron remordimientos por no haber estado a la altura de las expectativas de la palabra de Dios. Decidieron arrepentirse y hacer penitencias por sus pecados. Esto es muy importante. Cada encuentro con la palabra de Dios debe reavivar en nosotros el espíritu de piedad y santidad. Por eso el salmista dice: “Tu palabra, Señor, es espíritu y vida.”
La misión de Jesús se expresa claramente como el anuncio de la palabra de Dios. Se había alejado de su casa, y había causado tal impresión que se había corrido la voz sobre él en su lugar de origen, Nazaret. Se nos dice que entró en la sinagoga el sábado, como solía hacer… ¡y anunció el comienzo de una nueva era! – para evangelizar (traer buenas noticias) a los pobres; para proclamar a los cautivos la libertad; la recuperación de la vista para los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor.”
Su sermón lo entendería cualquiera que estuviera familiarizado con las palabras de los profetas. Isaías había dicho claramente lo que sucedería cuando viniera el Mesías. Jesús les leyó ese maravilloso pasaje, luego enrolló el rollo y anunció: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.” Cuando anunció que había venido a sustituir el antiguo amor judío a la ley por una nueva ley de amor, causó una gran conmoción. Muchos aceptarán su mensaje y también muchos lo rechazarán.
Los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos son todos miembros del cuerpo de Cristo; todos son miembros de la comunidad y no deben ser descuidados de ninguna manera. El apóstol Pablo continúa su exhortación a los cristianos de Corinto instándoles a no descuidar a ningún miembro de la comunidad, porque todos son igualmente importantes y valiosos.
Como cristianos, el Señor nos ha enviado a proclamar la buena noticia de la liberación, de la alegría, de la salvación a todos, pero no podemos proclamar eficazmente esta palabra a los demás si antes no aceptamos la palabra nosotros mismos. Se nos invita a imitar a los israelitas de la primera lectura, que, al escuchar la palabra de Dios proclamada y explicada, decidieron pasar página y vivir de acuerdo con la palabra.