22.03.2023 – Parroquia San Andrés – Villanueva del arzobispo

El Señor es clemente y misericordioso

Isaías 49,8-15, Salmo 145, Juan 5,17-30

El salmista de hoy dice: “El Señor es clemente y misericordioso”. Hay ciertas personas que han malinterpretado la clemencia y la misericordia de Dios hasta el punto de sentir que ya no necesitan la conversión y el arrepentimiento, porque al final de todo Dios es misericordioso.

El Evangelio de hoy no sólo afirma la divinidad del Hijo: “Mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo”. Y por eso los judíos buscaban con más ahínco matarlo, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios. Pero el Evangelio afirma también la realidad del juicio. Habrá juicio. Dice: “Os aseguro que llegará la hora, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán… No os asombréis de esto; porque llega la hora en que todos los que están en sus sepulcros oirán su voz y saldrán, los que hicieron el bien, a la resurrección de vida, y los que hicieron el mal, a la resurrección de condenación.”

Es una herejía moderna e incluso una blasfemia que algunos prediquen y hagan creer a otros que, porque nuestro “Dios es clemente y misericordioso“, según el Salmista, no habrá necesidad de juicio o que el juicio será como un paseo por el parque. El Dios todo misericordioso a través de su hijo nos ha recordado continuamente que habrá juicio y los criterios. En Mateo 25, Jesús deja claro que el día del juicio separará las ovejas de las cabras en función de cómo hayamos actuado y nos hayamos relacionado con los necesitados entre nosotros… el hambriento, el sediento, el enfermo, el desnudo, el sin techo, el forastero, el encarcelado.

La Cuaresma es el momento de reflexionar sobre nuestra actitud hacia las virtudes, la santidad. Es una oportunidad para aceptar nuestra fragilidad humana, nuestra debilidad y pedir perdón a Dios mediante la penitencia, la conversión y el arrepentimiento que brotan de un corazón puro. La Cuaresma no es un tiempo para refugiarse en el fariseísmo y la piedad exterior, es un tiempo para encontrarse con Dios en nuestro interior, para mirarnos a nosotros mismos y decirnos la verdad y buscar caminos de enmienda.

Dios es misericordioso y clemente, pero habrá un juicio basado en el bien y el mal que hayamos hecho en este mundo, en esta vida. El Señor promete que no nos olvidará, aunque una madre olvide a su hijo lactante. Habrá tanta alegría en el cielo por un pecador que reconozca sus pecados y se convierta que por los muchos justos de este mundo que ya no necesitan arrepentirse.

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