26.02.2023 Iznatoraf -Villanueva del Arzobispo

No sólo de pan vive el hombre

Génesis 2,7-9, 3,1-7, Salmo 50, Romanos 5,12-19, Mateo 4,1-11

Una manera reflexiva de considerar la vida es verla como una lucha entre el pecado y la gracia, el egoísmo y la santidad. Nuestro tiempo en la tierra tendrá éxito en la medida en que dejemos a un lado el pecado y tratemos de vivir por la gracia de Dios. Las lecturas de hoy muestran dos reacciones contrapuestas a la tentación. Los primeros humanos, Adán y Eva, son imaginados prefiriendo sus propias inclinaciones a la voluntad de Dios. Jesús, el Salvador, por el contrario, resistió a la tentación, permaneciendo fiel a lo que Dios Padre le pedía. San Pablo reflexiona sobre cómo estas elecciones nos afectan a nosotros mismos: El pecado de Adán trajo la desgracia a todos, pero nosotros nos salvamos y se nos ofrece una vida nueva gracias a la fidelidad de Cristo.

La tentación, en una u otra forma, es una parte inevitable de la vida. Si examinamos honestamente nuestra experiencia diaria, podemos encontrar muchos aspectos de la tentación: impulsos o tendencias contrarios a la manera correcta de hacer las cosas. Racionalizar estas tentaciones, para que sean socialmente aceptables y políticamente correctas, es en sí mismo una tentación insidiosa. Queremos dictar por nosotros mismos lo que está bien y lo que está mal, trazar por nosotros mismos los límites de un comportamiento “aceptable”, sin estar sujetos a ningún mandamiento de Dios. Es como si Adán exigiera comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Nuestro verdadero crecimiento hacia la madurez cristiana pasa por reconocer y aceptar la vocación de luchar contra la tentación, para alcanzar el tipo de comportamiento y actitudes que Jesús espera. Debemos someter nuestro comportamiento a su Evangelio. Cristo y Adán muestran las dos reacciones opuestas ante la tentación: Adán, arquetipo de la humanidad pecadora, evasiva y egoísta, encuentra razones plausibles para ceder a ella, y se rebela contra la voluntad de Dios. Jesús, arquetipo del nuevo hombre que busca a Dios, resiste a la tentación incluso repetidamente. Sólo puede vencerla con esta mezcla de paciencia y lealtad, apoyada en la confianza de que lo que Dios exige de nosotros es lo mejor para nosotros.

La primera tentación fue decisiva. En apariencia, es un deseo de algo inocente y bueno: por qué no invocar el poder de Dios para saciar nuestra hambre. “Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en panes”, le dice el tentador a Jesús. Su respuesta es sorprendente: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Nuestras necesidades más profundas no se satisfacen con la comida y la bebida físicas. Los seres humanos necesitan y anhelan más, un alimento espiritual. Para ayudar a salvar a otras personas del hambre y la miseria, necesitamos escuchar a Dios, nuestro Padre, que despierta en nuestra conciencia un hambre de justicia y solidaridad.

Quizá nuestra mayor tentación hoy sea “convertir las cosas en pan,” reducir nuestros deseos a lo tangible y consumible. El consumismo indiscriminado que nos rodea no es el camino hacia el progreso y la liberación. Una sociedad consumista conduce al vacío y al descontento. ¿Por qué sigue creciendo el número de suicidios? ¿Por qué nos construimos muros y barreras para impedir que los hambrientos compartan nuestra prosperidad y perturben nuestra paz? Jesús quiere que seamos conscientes de que no sólo de pan vive el ser humano. Necesitamos también alimentar el espíritu, conocer el amor y la amistad, desarrollar la solidaridad con los que sufren, escuchar nuestra conciencia, abrirnos al Misterio último del compartir, que nos une a Dios.

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