18.09.2022 – Mogón – Iznatoraf – Villanueva del Arzobispo

No podéis servir a Dios y al dinero
Am 8, 4-7; Sal 112; 1Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13
Este domingo la Iglesia nos invita a reflexionar sobre nuestra actitud hacia el dinero, las cosas materiales y nuestra actitud hacia los pobres. Nos invitar a contemplar los vicios de injusticia, avaricia, y opresión que entres otros ayudar a perpetuar la pobreza en nuestro mundo. El profeta Amós, en la primera lectura, condena fuertemente y con términos claros toda forma de la injusticia y la opresión contra los pobres. Escribió en un momento cuando los ricos tomaron posesión de todo terreno y “esclavizaron” a los pobres. Se exportaron alimentos para ganar más dinero para ellos mismos, mientras que los pobres sufrieron y murieron de hambre. Hoy, nos enfrentamos a una situación similar en nuestro mundo. Mientras que algunos no pueden conseguir una comida al día, otros malgastan dinero en proyectos inútiles. A veces, la excusa es que los pobres son perezosos, o que siempre habría los pobres en el mundo. Estas son excusas débiles. La verdad es que hay mucha codicia, injusticia y corrupción en nuestro mundo.
El Apóstol San Pablo nos llama a orar por gobernantes, líderes y autoridades. Es muy necesaria para su conversión y para que Dios los llena con su sabiduría. Si son convertidos y sabios, ayudarán a detener corrupción e injusticia en nuestros mundo y sistema. Esto es muy importante porque, como Pablo lo pone: “Dios quiere que todos sean salvos y alcancen el pleno conocimiento de la verdad.” Esta “verdad” es que, hay un solo Dios y todos somos sus hijos. Dios ama a todos, y desea que todos, prosperamos tanto en salud y en nuestras almas. Una vez que entendamos esto, desaparecerá el egoísmo. Comenzaremos a tener en cuenta el interés y el bien de los demás. Es la voluntad de Dios que todos seamos salvos. Esto incluye ser salvado del hambre, injusticia, codicia y la corrupción que ha destruido nuestro mundo y dejado a muchos pobres.
Jesús nos recuerda el hecho de que las cosas materiales no duran para siempre y nos aconseja sobre cómo usarlos sin perder nuestra salvación. Dinero y la riqueza sólo tienen valor cuando se utilizan sabiamente para ayudar a los necesitados. Sólo los insensatos prestan más atención al dinero y a la riqueza que al Dios, y en detrimento de los pobres. Esto es porque son como “el insensato que dice que no hay Dios” (Sal 14:1). Por el contrario, el sabio usa su riqueza para ayudar a los necesitados.
Por lo tanto, es importante saber que cuando somos bendecidos por Dios con riquezas, somos sólo su administrador. La riqueza es dada a nosotros para ayudar y mejorar las vidas de los necesitados. No es sólo para nosotros y nuestras familias. Así que, debemos ser caritativos con nuestra riqueza. Por último, no debamos manipular a los pobres y los necesitados por ganancias económicas. Cualquier forma de injusticia y opresión contra los pobres clama de la tierra hacia a Dios como hizo la sangre de Abel (Gen 4:10).
“El amor al dinero es la raíz de todos los males”, dice San Pablo (1Tim 6:10). No llama al dinero en sí mismo la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. Por supuesto, el dinero es necesario como medio de intercambio de bienes en toda sociedad organizada. Pero una persona puede convertirse en su esclavo a través del amor excesivo al dinero. Puede convertirse en un sustituto de Dios en la vida de uno. Una vez se preguntó un señor rico empresario cuál es su religión, responde: “Soy millonario. Esa es mi religión”, pero la vida es mucho más valiosa que el dinero que tenemos, la comida que comemos o la ropa que llevamos. Las posesiones sólo se nos prestan, y con el tiempo debemos dejarlas todas atrás. “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré; el Señor dio, y el Señor quitó” (Job 1:21).
Las riquezas son un don de Dios para hacer EL BIEN y no el mal, para AYUDAR y no discriminar, para BIENESTAR DE TODOS y no el enriquecimiento de unos cuantos. Qué tu corazón esté siempre con Dios y no con el dinero. Señor, que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones.