2º Triduo Santísimo Cristo de la Vera Cruz, Villacarrillo

¿Me amas de verdad?

Hechos 5, 27-32, 40-41, Salmo 29, Ap 5, 11-14, Juan 21, 1-19

Estamos en el tercer domingo de Pascua. Después de su resurrección, el Señor Jesús sigue mostrándose a sus discípulos para asegurarles que está vivo y que siempre está con ellos. También les ordena que sean testigos y proclamadores incansables de la buena noticia de la resurrección. Los Hechos de los Apóstoles documentan con precisión cómo los discípulos se desenvolvieron y vivieron esta misión de testimonio después de la muerte y resurrección de Jesús, en medio de la persecución de los sumos sacerdotes y del Sanedrín. La primera lectura nos ofrece uno de esos ejemplos. La respuesta de Pedro en nombre de los demás apóstoles es clásica: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.” Esta respuesta nos lleva al capítulo 3 del Génesis. El pecado de Adán y Eva, los primeros padres de la humanidad, fue la desobediencia al mandato de Dios. Como resultado, fueron expulsados del jardín y obligados a sudar antes de poder comer. Hasta hoy, uno de los pecados más graves del hombre contra Dios es la desobediencia. Como cristianos, Pedro nos recuerda que la obediencia a los mandamientos de Dios debe ser lo primero antes que la de cualquier autoridad humana. Tenemos los diez mandamientos de Dios y los cinco mandamientos de la Iglesia que aprendimos en la catequesis. ¿Cuál es nuestra actitud hacia estos mandamientos? ¿No seleccionamos a menudo algunos para obedecerlos e ignoramos los demás? Mientras tanto, obedecemos hasta la letra las normas de gobierno y de tráfico, por ejemplo.

En el evangelio de hoy, leemos la tercera aparición de Jesús a sus apóstoles junto al mar de Galilea. Justo después de comer con sus discípulos tenemos esta importante conversación entre Pedro y Jesús. El encuentro con Jesús junto a la orilla del lago puede verse como la historia del arrepentimiento y la restauración de Pedro. Otros prefieren verlo como su confesión o declaración de fe. Su repetida respuesta “¡Sí, Señor!” es seguramente una declaración de amor y lealtad. En efecto, corresponde a la triple negación de Jesús por parte de Pedro. Pedro ha negado a Jesús tres veces, así que era necesario que reafirme a Jesús su fe y amor inquebrantable.

No sé realmente la diferencia en la lengua española entre “Amar – Te amo” y “Querer – Te quiero.” Pero en el original griego del Nuevo Testamento, lo que Pedro responde no corresponde exactamente a la pregunta de Jesús. El griego tiene varias palabras para expresar varios niveles de afecto. Está el storgé (afecto), la simpatía tranquila que uno puede sentir por un vecino alegre con el que se encuentra de vez en cuando. Luego está eros, un amor sensual o erótico, el amor que une a una pareja y que a menudo conduce al matrimonio. Otro término es Philia, o amistad, una compañía de confianza con personas con las que compartimos algún interés real. Por último, está Agapé, que significa amor generoso, de entrega, que valoramos incluso cuando no hay nada tangible que ganar.

Y así, Jesús le pregunta a Pedro: “¿Agapas me?” “¿Tienes agapé por mí?,” es decir, “¿Me amas tanto como para arriesgarlo todo por mí?” Pedro no ha estado a la altura de este tipo de amor. Ha negado de Jesús tres veces para salvarse. Entonces, ¿qué puede decir? Responde: “Philo se.” “Sí, Señor, te quiero como a un amigo.” Es decir: “Sí, te admiro… pero no he podido arriesgar mi vida por ti.” Jesús le pregunta por segunda vez “¿Agapas me?” y de nuevo Pedro responde en el plano de la amistad (philia). Finalmente, no queriendo avergonzarlo más, Jesús le pregunta “¿Eres realmente mi amigo?” (¿phileis me?) Y Pedro responde “Señor, tú lo sabes todo; sabes que soy tu amigo.” (σὺ γινώσκεις ὅτι φιλῶ σε.). Jesús acepta a Pedro tal como es; incluso la amistad (philia) es suficiente, por ahora. La plenitud de la agapé vendría después, cuando Pedro fuera condenado a muerte por la fe.

En aquel encuentro junto al lago, Pedro no era el jactancioso que se creía mejor que los demás discípulos, sino un corazón más sabio y humilde que no pretendía más de lo que podía entregar. La confesión de Pedro es como la del padre del niño endemoniado que le dijo a Jesús: “Yo creo; ayuda a mi incredulidad.” Implícitamente, lo que Pedro dijo fue: “Te amo, Señor; ayuda a mi falta de amor.”

El encuentro de Pedro con Cristo resucitado nos recuerda que las profesiones de amor sólo dicen una parte de la verdad. En realidad, nuestro amor casi nunca es incondicional, y a menudo nos echamos atrás ante el peligro. Al igual que Pedro, tenemos que llevar nuestros fracasos a Dios para que nos cure. Podemos unirnos a Pedro hoy cuando declara: “Te amo, Señor; ayuda a mi falta de amor.”

En este segundo día de triduo al Santísimo Cristo de la Vera Cruz, el Señor está preguntando a cada cofrade, a cada miembro de la junta directiva de esta cofradía, a cada devoto: “¿Me amas?” La respuesta es personal entre tú y Él. Es una llamada a la autoevaluación.  No podemos decir que amamos a Dios si no obedecemos sus mandamientos. No podemos amar a Dios si no nos comprometemos a dar testimonio de la resurrección en medio de la persecución y el rechazo, como los primeros cristianos de la primera lectura. No podemos amar a Dios si no somos capaces de permanecer fieles a él incluso en tiempos de prueba y adversidad. Pedimos a Dios que purifique y fortalezca nuestro amor por él a través de esta piadosa devoción al Santísimo Cristo de la Vera Cruz. Amén.