17.04.2022 – Mogón – Agrupación de Mogón

Un misterio sin palabras

Hechos 10:34, 37-43, Salmo 118, Colosenses 3:1-4, Juan 20:1-9

María Magdalena encuentra la tumba vacía y corre a los apóstoles para contarles su sorprendente noticia. La narración del evangelio de Juan es el único relato en el que los apóstoles participan directamente en la constatación de que el sepulcro estaba vacío, y en el que ni Jesús ni los ángeles estaban allí para explicarles su significado. El discípulo amado estaba presente con Pedro para ver los paños de sepultura desechados dentro de la tumba, y enseguida se dio cuenta de lo que esto significaba: ¡que Jesús había resucitado de entre los muertos!

El acontecimiento de la resurrección es un misterio más allá de las palabras. A veces las palabras y las fotos no son suficientes para captar la visión, las emociones que tenemos cuando nos encontramos con una experiencia maravillosa. Es necesario que los demás lo vean por sí mismos, antes de que haya alguna esperanza de comprensión o apreciación real. Para los que no entienden, no hay palabras posibles, y para los que entienden, no son necesarias. Esa es la sensación que tenemos al leer el relato de la resurrección. Nos habla de un hecho profundamente misterioso, pero no podemos captar cuál fue su impacto en el corazón de sus seguidores, aquel primer día de Pascua.

El evangelio narra que María Magdalena fue al sepulcro cuando todavía estaba oscuro y se encontró con una tumba vacía. Ella no entró, sino que corrió a dar la misteriosa noticia. Pedro y Juan fueron al sepulcro y lo encontraron vacío. Juan llegó primero pero no entró, pero cuando miró hacia abajo vio los lienzos tendidos. Pedro llegó más tarde, entró y vio los lienzos tendidos y el sudario allí tirada. Obviamente, no vieron a Jesús. El evangelio narra que cuando Juan el amado entró “vio y creyó”. La resurrección es un artículo de fe. Hoy somos creyentes no porque hayamos visto la tumba vacía como María Magdalena, Pedro o Juan. Somos creyentes no sólo por su testimonio, sino porque experimentamos el poder de la resurrección en nuestras vidas. Sigue siendo un misterio que hay que experimentar y encontrar personalmente. Como María Magdalena y los apóstoles, también nosotros estamos llamados a ser testigos. Exactamente, lo que hace Pedro en la primera lectura, anunciando la resurrección de Cristo a los demás. Esa es la vocación de todo creyente.

El evangelio de hoy narra que, cuando Cristo resucitó, dejó los lienzos y el sudario en el sepulcro. Es decir, Cristo no permitió que ninguna cosa material le impidiera resucitar. Del mismo modo, debemos estar dispuestos a desprendernos de las cosas innecesarias que nos hunden espiritualmente. El apóstol Pablo nos amonesta: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.”

Por eso, hoy celebramos su resurrección resucitando nosotros mismos de las tinieblas y de la muerte. El mismo Señor resucitado, representado aquí por este hermoso cirio pascual que arde en medio de nosotros, nos pide que dejemos las obras de las tinieblas, que renunciemos y rechacemos todo lo que en nuestra vida es oscuro, siniestro y malo, y que, como personas unidas a él por el bautismo, caminemos siempre como hijos de la luz siguiendo sus huellas.

En la mañana de Pascua, la losa (piedra) fue quitada del sepulcro. ¿Podría pensar en mi corazón como una tumba que espera la resurrección? ¿Puedo identificar algo parecido a una piedra (losa) que me impide disfrutar de la plenitud de la vida? Quizá mi actitud negativa hacia los demás, las adicciones, la pereza y la tibieza hacia la religión, justicia, perdón etc.