15.04.2022 – Mogón – Agrupación de Mogón

Está consumado

Isaías 52,13-53,12, Salmo 31, Hebreos 4,14-16; 5,7-9, Juan 18,1-19,42

Una de las últimas palabras de Jesús en la cruz es “¡Está consumado!”, “Está terminado”. Esta expresión significa que se ha completado, se ha logrado hasta el último grado, se ha grabado para siempre en la memoria de la humanidad. ¿Qué se ha consumado? Su misión, que él describió así: “He venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido, El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”. Su vida fue un largo acto de servicio amoroso, y ahora termina en una colina rocosa fuera de las murallas de Jerusalén, con un acto final de total entrega al Padre, en nuestro nombre. Nunca antes se había realizado nada parecido, y sus frutos son eternos.

La maravilla es que, en otro sentido, esta hora de su muerte permanece viva en los corazones de todos los que confían en él, este punto de contacto total y absoluto entre nosotros y el Dios todopoderoso. El espíritu de entrega, de amor y de lealtad de Jesús en el momento de dejar este mundo se comparte y se transmite. En la crucifixión se consuma todo, porque con ella nos hace contemplar la gracia y la misericordia de Dios en nuestra vida en cualquier circunstancia.

Sin embargo, en otro sentido, la maravillosa obra salvadora de Jesús no se ha completado hasta que cada uno de sus fieles seguidores la reconozca, la acoja y la absorba, y hasta que nosotros, a su vez, llevemos el espíritu de su ilimitada compasión a nuestro mundo, tendiendo la mano como él lo hizo para llevar a nuestros semejantes, y especialmente a los más necesitados, al calor del círculo familiar de Dios.

Además, los acontecimientos del Viernes Santo, el acontecimiento del Calvario, nos enfrenta a la realidad del sufrimiento humano. El Jesús humano, que lucha por aceptar la realidad de su situación, se hace eco de toda experiencia humana de sufrimiento y pérdida y refleja la complejidad y la confusión de las emociones que acompañan a todos los que están atrapados en la corriente del dolor, la pérdida y la muerte.

El Viernes Santo, los que experimentan el dolor y la desolación de cualquiera tipo, todos los que como María están al pie de la cruz, sentirán algo de la complejidad de las emociones que estaban presentes en el Calvario: la misma confusión, desilusión, desolación, ira y reproche. Un eco del grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado.” Todos los que sufren en cualquier forma, todos los que luchan por dar sentido a lo que parece no tenerlo, encontrarán un eco de su dolor en los sufrimientos de Jesús, porque la contradicción de la cruz es que lo que representa, los sufrimientos de Cristo, sigue salvando, curando y consolando.

Contemplar a Jesús en la cruz aporta consuelo, resistencia y fuerza a quienes lo necesitan. Y nos recuerda que es a través de su sufrimiento que todos y todo es redimido, que el poder, la presencia y la promesa de Dios son ahora accesibles para nosotros en nuestro sufrimiento y en nuestra necesidad. Contemplar a Jesús en la Cruz nos recuerda que en nuestros frágiles y redimidos cuerpos actuales llevamos el poder salvador de Dios. En efecto, en la cruz está nuestra salvación. Como Jesús, se nos invita a aceptar nuestras cruces de cada día, la cruz que se nos presenta en la vida uniéndola a la cruz de Calvario de Cristo redentor.