Mogón – Iznatoraf – Villanueva del Arzobispo

Aprenda del jardinero

Éxodo 3:1-8, 13-15, Salmo 102, 1Corintios 10:1-6, 10-12, Lucas 13:1-9

La muerte nos mira constantemente desde nuestros periódicos y pantallas de televisión. Aparte de las muertes naturales, en muchos lugares del mundo siempre hay alguna calamidad artificial, un ataque terrorista, brutalidades étnicas, asesinatos por lucro, pandemias/epidemias, tsunamis, terremotos o hambrunas. La muerte no predice su calendario, pero es un destino seguro para todos nosotros. Personas de las que se esperaba que vivieran hasta la vejez mueren repentinamente, mientras que otras cuya infancia estuvo marcada por la enfermedad suelen sobrevivir hasta una edad notable.

Nuestras reacciones ante la muerte de otras personas pueden ser una aceptación filosófica del tipo: “Tal vez era su hora de irse” o una sensación de pérdida más impactante: “¡No debería haber ocurrido tan pronto!” Cuando la gente le contó a Jesús cómo murieron algunos galileos, víctimas de la ira de Pilato, se preguntaron cómo Dios podía haber dejado que esto sucediera; pero en lugar de explicarlo, Jesús pregunta “¿creéis que eran más culpables que todos los demás que viven en Jerusalén?” Continúa advirtiendo sobre la necesidad del arrepentimiento “si no os arrepentís, todos pereceréis como ellos” y lo ilustra con la parábola del árbol sin fruto.

El verdadero arrepentimiento es una reflexión sobre lo que es infructuoso en nuestro estilo de vida. Las palabras de Jesús “Arrepiéntete o perecerás” nos recuerdan lo que dijo Sócrates en su juicio, después de haber optado por la muerte en lugar del exilio: “La vida no examinada no merece la pena ser vivida.” La parábola de la higuera sin fruto invita a la reflexión. No se trata de hacer el mal, sino de no hacer lo que es positivamente correcto. La higuera que no dio fruto es como un cristiano que no intenta ninguna obra buena y vive una vida puramente egoísta.

San Francisco de Asís invitó una vez a un joven fraile a ir con él a la ciudad a predicar. Francisco y el joven fraile pasaron todo el día caminando por las calles y luego volvieron a casa. Cuando terminaron la jornada, el joven fraile se sintió decepcionado y preguntó: “¿No debíamos predicar hoy?” Francisco respondió: “Hijo, hemos predicado. Estuvimos predicando mientras caminábamos. Fuimos vistos por muchos y se notó nuestro comportamiento. No sirve de nada ir caminando a algún sitio para predicar si no predicamos donde sea mientras caminamos.” Resumió su idea con estas palabras: “Predicad el Evangelio en todas partes, y si es necesario, usad palabras.” Para él, dar testimonio de Jesús no era simplemente citar algunas palabras de la Biblia de vez en cuando, sino vivir de la palabra de Dios cada día.

El jardinero del Evangelio pidió al dueño de la viña que le diera a la higuera estéril otra oportunidad de producir frutos. Le prometió cavar a su alrededor y abonarla, para darle una última oportunidad de demostrar su valía. Sugiere que también nosotros necesitamos alimentar nuestra fe y comprometernos a ser útiles en la vida de los demás. ¿Estamos alimentando nuestra fe y tratando de amar, para dar el tipo de fruto que Dios quiere de nosotros?

Como Moisés en la primera lectura, Dios nos ha preparado y nos ha llamado. Quiere que seamos fructíferos en el testimonio de Él en el mundo en el que vivimos. La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de examinar cuán fructíferos y fieles hemos sido. Nos da otra oportunidad de cambiar nuestros caminos para alinearnos con los caminos y la voluntad de Dios. No olvidemos: “El Señor es compasivo y misericordioso.” Él da a todos otra oportunidad, una segunda oportunidad para arrepentirse y vivir. Todas las calamidades que vemos en este mundo deberían servirnos de lección sobre la vanidad, la brevedad y la fragilidad de la vida presente en comparación con la dicha eterna que Dios prepara para sus fieles.