10.11.2021 -Villacarrillo

Los otros nueve, ¿Dónde están?

Sabiduría 6,1-11, Salmo 81, Lucas 17,11-19

Las dos lecturas de hoy son muy instructivas y llamativos. La primera lectura del libro de la Sabiduría nos recuerda una vez más que todos los buenos dones que tenemos vienen de Dios. Por tanto, debemos ser agradecidos y alabar a Dios, el Creador y dador de todos los buenos dones. La lectura desaconseja toda forma de orgullo y jactancia humana.

El Evangelio es bastante más dramático. Jesús dice al leproso que volvió a dar las gracias: “Tu fe te ha salvado.” Uno sólo puede imaginar qué maravilloso regalo recibió aquel pobre y sufrido leproso, por el poder curativo de Jesús. Pero Jesús hizo más hincapié en su fe. Nosotros necesitamos una fe así, sabiendo nuestra dependencia de Dios para la vida y para la salud. La fe nos ayuda a cooperar con los demás en el camino de la vida. Por la fe podemos animarnos unos a otros. Jesús le dice al leproso samaritano: “Levántate, vete”. El hombre había recuperado la dignidad y la esperanza, se había curado de su espantosa enfermedad y seguía su camino. Ya no se le prohibía vivir junto a otras personas, ya no era condenado al ostracismo por ser impuro. Podía reanudar su vida normal, ahora bendecido con una nueva gratitud a Dios por su buena salud.

Sin embargo, junto a su respuesta de gratitud hay un comentario sobre la ingratitud humana. Jesús preguntó: “¿No había nadie que volviera a dar gracias a Dios sino este extranjero?” En aquella época los samaritanos eran despreciados, temidos y evitados, tras siglos de desconfianza. Cinco siglos antes, los judíos se negaron a que los samaritanos participaran en la reconstrucción del templo, y a cambio los samaritanos construyeron su propio templo en el monte Gerizim. Desde entonces, hubo una hostilidad abierta entre judíos y samaritanos. Jesús quiso disminuir este antagonismo mostrando que incluso los forasteros podían tener una fe verdadera.

Pero, ¿cómo pudieron olvidar con demasiada facilidad la cortesía de dar las gracias? ¿Qué les distrajo realmente? ¿O tal vez se sintieron repentinamente curados por su santidad, inteligencia o bondad? Curiosamente, al igual que estos ingratos del Evangelio, los mejores dones de Dios, nuestra vida y nuestra salud, nuestra capacidad de pensar y actuar de forma creativa, a menudo se dan por sentados. Con razón, el Libro de la Sabiduría nos advierte que debemos valorar y utilizar nuestros talentos. La gratitud es mejor que el orgullo: “Al más pequeño se le perdona por piedad, pero los poderosos serán examinados con rigor.”

“¿Quién ha vuelto a dar gracias a Dios, sino este extranjero?” No siempre recordamos que la fuente última de nuestras gracias y dones es Dios. Eso es lo que hace especial al leproso samaritano, y lo distingue de los otros nueve del evangelio de hoy. Los diez fueron igualmente curados por Jesús de una enfermedad que los dejaba sólo medio vivos. Pero sólo uno de ellos se volvió alabando a Dios a voz en cuello. Este hombre se arrodilló en un gesto de profundo agradecimiento. Agradeció a Jesús, pero alabó a Dios. Tuvo la perspicacia de comprender que Dios lo había curado.

Jesús alabó la perspicacia de este hombre. No pedía agradecimiento para sí mismo, sino para el poder curativo de Dios. “Nadie ha vuelto a dar alabanzas a Dios, excepto este extranjero.” Y continúa asegurándole: “Tu fe ha salvado.” Este leproso tenía un corazón agradecido. Reconocía que Dios estaba actuando en su recuperación. Nosotros estamos llamados a esa misma gratitud, a reconocer que Dios actúa en las gracias que nos bendicen en el curso de nuestras vidas. La gracia de Dios invita a nuestra alabanza agradecida.