
Éxodo 20,1-17; Salmo 18,8-11; 1Cor 1,22-25; Juan 2,13-25
Hoy, la Iglesia nos llama a re-dedicarnos a Cristo porque él es el cumplimiento del mandato de Dios. Así que en la primera lectura del libro del Éxodo, Dios le dio la ley a Moisés para Israel. La ley fue dada a Israel para ayudarles a hacerse más sabios. También se les dio para fortalecer su relación con Dios y ayudarles a organizar su vida social y religiosa. Así que, los mandamientos de Dios son para formarnos en una comunidad sagrada, es decir, una comunidad arraigada en la adoración verdadera de Dios, una comunidad que vive en la justicia y la paz, el uno con el otro. Por lo tanto, debemos vivir como vecinos, respetando el uno al otro. El propósito último y remoto de esto, es también conocer, respetar y adorar a Dios nuestro creador.
En la segunda lectura, San Pablo nos recuerda que Cristo es la plenitud de la ley y la sabiduría de Dios. Entonces, quien lo encuentre y lo reciba, se llenará de sabiduría, y nunca caminará en la ignorancia. “Quien lo reciba no volverá a caminar en tinieblas” (Jn 8,12). La oscuridad se opone a la sabiduría. Así que, quien no haya recibido a Cristo la plenitud de sabiduría, aunque camine según la sabiduría de este mundo, vive en la oscuridad.
En el Evangelio de hoy, Juan narra el encuentro de Jesús con aquellos que profanan el Santuario de Dios. Su acción simplemente demuestra que es realmente la sabiduría de Dios, y la plenitud de la ley. Su celo lo distinguió de las autoridades. En lugar de representar el interés de Dios, representaban sus intereses económicos y sociales.
La dramática limpieza del templo por parte de Jesús fue vista por sus discípulos como un signo profético de la obra de Dios para purificar y restaurar el verdadero culto y la santidad entre su pueblo. El templo se entendía como la morada de Dios entre su pueblo. Cuando Dios liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto, lo llevó a salvo a través del Mar Rojo, y lo condujo al Monte Sinaí, donde hizo un pacto con él y le dio una nueva forma de vivir en la bondad moral y la santidad encarnada en los Diez Mandamientos (Éxodo 20:1-17). Dios también dio a Moisés instrucciones sobre cómo su pueblo debía adorarle en santidad y les indicó que hicieran un Tabernáculo, que también se denominaba “tienda de reunión”, donde el pueblo se reunía para ofrecer sacrificios y adorar a Dios. La tienda de reunión fue sustituida posteriormente por la construcción del templo de Jerusalén. Las Escrituras del Nuevo Testamento nos dicen que éstas “sirven como copia y sombra del santuario celestial”, el verdadero Templo de Dios en el cielo (Hebreos 8:5). La limpieza del templo por parte de Jesús es también un signo profético de lo que quiere hacer con cada uno de nosotros. Siempre busca limpiarnos de nuestros caminos pecaminosos para convertirnos en templos vivos de su Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Dios desea que seamos santos como él es santo.
Hoy se nos recuerda la importancia de la verdadera adoración. Adorar significa reconocer la trascendencia de Dios, y su reclamo sobre nosotros como nuestro creador, y responder adecuadamente. Para adorar en espíritu y en verdad, debemos preparar nuestros corazones y mentes siendo fieles a la relación de alianza (guardando los mandamientos) y buscando la sabiduría de Dios, que es la sabiduría de la cruz. Tenemos que dejar que Jesús nos limpie, como limpió el Templo, dejar atrás nuestros pecados y simplificar nuestras vidas, deshaciéndonos de cualquier desorden innecesario. Entonces podremos entrar en el nuevo Templo, que es Jesús mismo, orando en él y por él.
Hoy estamos invitados a no mantenernos indiferentes ante el mal, especialmente en la casa de Dios, en nuestros hogares, oficinas o en cualquier lugar. Además, no debemos permitir que nuestro interés personal destruya la santidad y la unidad de nuestra iglesia, familia, estado o país. La iglesia es la casa de Dios y un lugar de culto y adoración. Debemos santificarla y respetarla. También, nos recuerda que nuestro cuerpo y el cuerpo de Cristo, son el templo de Dios. Entonces, no debemos profanarlo.