14.04.2024 – Santuario del Fuensanta. Capilla Domenica Santa Ana (Villanueva del Arzobispo, Jaén)

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El apostolado del perdón

Hch 3,13-15, Sal 4, 1Jn 2,1-5, Lc 24,35-48

Hoy celebramos el tercer domingo de Pascua y Jesús sigue apareciéndose a sus discípulos después de su resurrección. El episodio de las apariciones de hoy nos muestra a Jesús esforzándose por convencerles de que él es real, de que todo ha sucedido como estaba predicho en las Escrituras y de que formaba parte de un plan divino.

Es un hecho que una de nuestras actitudes básicas hacia Dios es el miedo. La primera vez que se menciona el miedo en la Biblia fue cuando Adán y Eva pecaron. Se nos dice que se escondieron porque tenían miedo. A partir de entonces, la mayoría de los contactos con Dios comienzan con las palabras “No temas.” Esto se le dijo incluso a María, al igual que a los pastores. Jesús utilizó esta expresión varias veces en los evangelios. Cuando los apóstoles le gritaron en la tempestad, les respondió: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?”. El evangelio de hoy habla de que los apóstoles estaban terriblemente asustados. Es un miedo raro, por que el motivo del miedo es la única persona que siempre había sido su mejor amigo. Este miedo muestra ciertamente las limitaciones de nuestra humanidad.

Imagina a Jesús suplicándoles que le crean. Les invita a tocarle, a darle de comer, a examinarle las manos y los pies. La naturaleza humana es tan frágil y tan voluble. Evidentemente, es la primera vez que los apóstoles se encuentran con una situación así. Podríamos pensar que ver a Lázaro, o a la hija de Jairo, o al joven de Naim, levantarse y caminar después de parecer muerto, debería haberles preparado para este momento. Habían conocido a Jesús personalmente y se habían sentido a gusto en su compañía. Esta vez las cosas eran diferentes. Se había liberado de las ataduras del cuerpo humano y había en él una presencia única que nunca antes habían visto. Aunque aterrorizados, también estaban llenos de una alegría interior. Jesús les explicó las promesas de las Escrituras y cómo las había cumplido. Luego los envió a continuar lo que él había comenzado.

El escritor de la Primera Carta de Juan, nuestra segunda lectura de hoy, nos recuerda el mensaje fundamental de la Pascua: el perdón de los pecados. Mediante el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, el perdón de los pecados está al alcance de todos los que se acercan al trono de la misericordia de Dios. Pero el perdón de los pecados sólo llega tras un profundo y verdadero arrepentimiento de nuestros pecados. “Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados”, decía el Apóstol Pedro a sus oyentes en la primera lectura. Después del abandono y la traición del Viernes Santo, los discípulos estaban muy asustados por la resurrección del Señor, porque sus pecados de traición y abandono estaban tan claros en su propia cara. Pero Jesús los perdonó y les encomendó el ministerio de la reconciliación. Sólo los que han recibido el perdón entienden lo que significa perdonar. Son los que han recibido misericordia los que comprenden verdaderamente lo que significa ser misericordioso.

Tú y yo hemos recibido la misericordia y el perdón de Dios. Somos invitados y enviados por el Señor resucitado a ser apóstoles de la misericordia y del perdón en nuestro mundo empezando por tu propia casa y familia.