05.06.2022 – Mogón-Iznatoraf-Villanueva del Arzobispo

El Espíritu Santo: La fuente de nuestros mejores impulsos

Hch 2, 1-11; Sal: 103, 1. 24. 29-34; Rom 8, 8-17, Jn 14, 15-16.23-26

El Espíritu Santo solía ser la persona olvidada de la Trinidad. Tal vez por ser un espíritu, ya que para muchas personas hoy en día, sólo las cosas tangibles y materiales son la totalidad de la realidad. El Padre y el Hijo podían ser imaginados como tangibles porque uno tomaba carne y el otro era retratado con una venerable barba, reflejando la visión sobre “el Anciano de los Días” (Dan 7:9). Sea cual sea la razón, incluso entre los cristianos devotos se suele pasar por alto al Espíritu Santo. Pero hay buenas razones para no descuidar al Espíritu. La primera es la promesa de Jesús. En la Última Cena, prometió enviar al Espíritu, para que fuera un ayudante siempre fiable, abogado, consejero, maestro, un sustituto del propio Cristo. “Si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16,7).

Para los primeros cristianos, el Espíritu enviado por Jesús es una fuente vital de energía y espíritu misionero. Nunca olvidaron su primera venida (en pentecostés). Antes, eran tímidos y temerosos, como niños. Cuando el Espíritu vino sobre ellos en un soplo de viento, fuego y palabra, quedaron transformados, “llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,4), súbitamente, misteriosamente, elocuentes. Algunos espectadores reaccionaron diciendo: “Están borrachos” (Hechos 2:13). En cierto sentido tenían razón, pues borrachos estaban, espiritualmente, embriagados por el Espíritu del amor de Cristo y el afán de proclamar su mensaje.

El Espíritu respiraba entre ellos, y en adelante la oración “Jesús es el Señor” sería su lema. Mientras vivieron, el Espíritu corrió en su sangre. Cada decisión que tomaban estaba guiada por el Espíritu: la elección de siete diáconos; la admisión de gentiles en la Iglesia; el envío de Pablo y Bernabé en su viaje misionero. La influencia del Espíritu no se limitó a los apóstoles. También se sentía en el nivel ordinario, en la base. Se reconocen los carismas, los dones del Espíritu, concedidos para el servicio de la Iglesia, los dones inusuales como la curación o la profecía, destinados a satisfacer las necesidades de una Iglesia naciente, y también los dones ordinarios, que ayudan a construir la comunidad: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, confianza, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Ga 5,22).

Siempre que ejercemos nuestros carismas honramos al Espíritu. Cuando somos leales a una pareja exigente, o consolamos a los afligidos, apoyamos a los ancianos o animamos a los jóvenes, estamos siendo guiados por el Espíritu. Cuando resistimos la tentación, honramos al Espíritu. Cuando respondemos a nuestros mejores impulsos, el Espíritu está actuando en nosotros. El Espíritu de Dios es la savia que mueve todo lo mejor en nosotros. Es a través de nuestros mejores instintos que el Espíritu trabaja. Nuestra parte es trabajar con él para alcanzar nuestra plenitud.

Pentecostés nos invita a buscar esa presencia del Espíritu de Dios en nuestro interior. Tenemos que acoger al Espíritu de Dios que es la fuente de toda vida. Este Espíritu es para todos, porque el inmenso Amor de Dios está presente en todas las alegrías y gemidos, esfuerzos y anhelos que brotan del corazón de todos los hijos de Dios.

En la primera lectura de hoy, la Humanidad está en su mejor momento. En Pentecostés se produjo una maravillosa unión de personas de todo el Imperio Romano. Se unieron para admirar y alabar las maravillas de Dios. A pesar de las diferencias de lengua y cultura, había una verdadera comunión entre ellos. Dondequiera que exista comunión de corazón y mente entre personas de diferentes orígenes, el Espíritu Santo está actuando. La unidad en la diversidad es la marca del Espíritu. Jesús señala otra manifestación del Espíritu: la búsqueda de la verdad. Sólo el Espíritu puede llevarnos a la verdad completa. Si alguien busca sinceramente la verdad, y está dispuesto a comprometerse en buenas obras con los demás, ahí está actuando el Espíritu. La plenitud de la verdad y del amor está siempre más allá de nosotros; pero el Espíritu es dado para conducirnos hacia la verdad y el amor completos, en toda su altura y profundidad.

Ven, oh Espíritu Santo,

llenar los corazones de tus fieles.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.