10.04.2022 Mogón – Iznatoraf – Villanueva del Arzobispo

La semana más grande
Isa 50, 4-7, Salmo 21, Fil 2, 6-11, Lucas 22, 14-23,56
Hoy comenzamos la mejor semana de todo el año litúrgico. Hace siglos se llamaba “Semana Grande”. Hoy la llamamos “Semana Santa.” Seguimos a Jesús en todo momento. Comenzamos con su entrada triunfal en Jerusalén, donde es recibido, aplaudido y aclamado, por una gran multitud de seguidores y peregrinos. El jueves nos uniremos a su mesa y recibiremos el don de sí mismo en pan y vino. Después de cenar con él, recorreremos con él el camino que lleva desde el Cenáculo hasta el Huerto de los Olivos. Allí le veremos caer al suelo con miedo y ansiedad por la cruel muerte que le espera. El viernes nos encontraremos junto a su madre al pie de la cruz, y sentiremos compasión por él tanto en su agonía física como en su tormento mental.
Sentiremos especialmente su sensación de estar solo y abandonado, traicionado y desamparado, no sólo por sus amigos y seguidores, sino incluso por Dios. El sábado estaremos callados y en silencio alrededor de su tumba, mientras recordamos la injusticia, la hostilidad y la crueldad de todos aquellos hombres malvados que lo asesinaron. Luego, a última hora del sábado, saldremos de la oscuridad de nuestro camino hacia el lugar del fuego que arde con fuerza. Allí nos uniremos a la procesión del gran Cirio Pascual, que representa a Cristo resucitado, mientras ilumina la oscuridad de nuestra iglesia y de nuestras vidas.

Allí y entonces, el dolor y la tristeza de nuestro viaje con Jesús al Calvario, darán paso a la esperanza y a la alegría que viene con nuestra conciencia. Jesucristo no está muerto ni se ha ido. No, está vivo, fuerte y poderoso, vivo en sí mismo, y vivo en nosotros. Y así, escucharemos en nuestros corazones aquellas palabras de seguridad “Todo irá bien”
Al recorrer esta semana de conmemoración de la pasión, muerte y resurrección del Señor, los relatos de la pasión nos recuerdan a los diversos personajes que participaron en la condena y muerte del Señor: Los jefes de los sacerdotes y los ancianos que buscaban cualquier oportunidad para matarlo, la multitud judía que prefería al criminal Barrabás antes que a Jesús, y que presionó a Pilato para que lo crucificara, Judas Iscariote uno de sus discípulos que lo traicionó por dinero, Pedro, uno de sus amigos de confianza que lo negó, sus otros discípulos que huyeron por miedo, Pilato que le condenó a muerte aun sabiendo que Jesús era inocente, los soldados que se burlaron de Jesús, abofeteándole y escupiéndole, haciéndole coronar con espinas, y el ladrón que se burló de Jesús por salvar a otros pero no puede salvarse a sí mismo. También encontramos a los simpatizantes que sentían piedad por el Señor, y podían hacer cualquier cosa para salvarlo: Las mujeres de Jerusalén que lloraron y se lamentaron al ver a Jesús tan desfigurado y maltratado, el Cireneo que ayudó a Jesús a llevar su cruz camino del Calvario, la Santa Mujer Verónica que enjugó el rostro de Jesús. El ladrón a la derecha de Jesús que pidió a Jesús que se acordara de él en su reino. La esposa de Pilato que intentó convencer a su marido de que Jesús era inocente. Nicodemo y José de Arimatea que dieron a Jesús una sepultura digna. El soldado romano que confesó tras la muerte de Jesús “Verdaderamente este hombre era el hijo de Dios.”
Todos los días vemos a estos personajes representados de nuevo en la vida cotidiana. Tenemos que preguntarnos, ¿qué parte estamos representando tú y yo en la historia de Jesús hoy en nuestras relaciones con nuestros hermanos? La parte positiva o la parte negativa. ¿Estás del lado de la verdad y de los inocentes o en contra de la verdad y opresor de los indefensos? Mientras caminamos con Jesús en este viaje crucial, decidámonos a ser la voz de los que no tienen voz, el defensor de los indefensos y a ser compasivos con los que sufren y son perseguidos en nuestro mundo mientras trabajamos por el reino de la luz, la justicia y la verdad.