19.05.2024 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf (Jaén)

Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra

Hch 2,1-11, Sal 103, Gal 5,16-25, Jn 14,15-16; 23-26

Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés. Se celebra exactamente 50 días después de Pascua. Marca el cumplimiento de la promesa de Jesús resucitado y ascendido a sus discípulos, el envío del Espíritu Santo. Marca también lo que podríamos calificar de nacimiento definitivo de la Iglesia y de la Misión. Y pone fin a todo el tiempo pascual.

En la segunda lectura de hoy, el apóstol Pablo contrapone la vida según la carne a la vida según el Espíritu. Dice claramente que a los que viven según la carne se les conoce por sus frutos: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, facciones, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes. En cambio, los que viven según el Espíritu de Dios dan frutos como el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la generosidad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismos.

Siempre que vivimos según los mandamientos de Dios, siempre que nos esforzamos por ser fieles a nuestra vocación cristiana, el espíritu de Dios está vivo en nosotros. Esto es exactamente lo que Jesús dice a sus discípulos en el Evangelio de hoy. Mientras estaba con ellos, les enseñó tantas cosas sobre el camino de Dios, el camino de la salvación y la misión que tenían por delante, pero cuando vuelva al Padre, será el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en su nombre, quien les enseñará (a los discípulos, a la Iglesia) todo, y les recordará todo lo que les había dicho.

El Espíritu Santo es el compañero que todos necesitamos. El Espíritu Santo no sólo nos impulsa, sino que nos recuerda el camino del Evangelio y nos anima no sólo a practicarlo, sino también a transmitirlo a los demás. El Espíritu de Dios está siempre vivo en el corazón humano. Sin embargo, al igual que el Espíritu Santo fue concedido a los discípulos en Pentecostés, a cada uno de nosotros se nos ha dado el Espíritu Santo especialmente en nuestro Bautismo y Confirmación. Pero necesitamos avivar conscientemente este don del Espíritu Santo. Siempre que ejercemos nuestros carismas, cuando somos leales a un compañero exigente, consolamos a los afligidos, damos pan a los hambrientos, apoyamos a los ancianos o animamos a los jóvenes, estamos siendo guiados por el Espíritu. El Espíritu está allí, donde se acoge la vida y se cumplen los deberes de cada día.

Hoy reza el salmista: “Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.” En nuestro mundo desgarrado por los estragos de la guerra, los conflictos, las divisiones, los odios y todas las formas de contienda, la Iglesia reza con el salmista para que Dios envíe su Espíritu a renovar los corazones de los hombres. La humanidad se muestra en todo su esplendor en la primera lectura de hoy (Hch 2,1-11), que narra los acontecimientos de aquel primer Pentecostés en Jerusalén. Pentecostés produjo una maravillosa unión de personas de todo el Imperio Romano. Se unieron para admirar y alabar las maravillas de Dios. A pesar de las diferencias lingüísticas y culturales, existía una verdadera comunión entre ellos. Dondequiera que exista comunión de corazón y mente entre personas de diferentes orígenes, el Espíritu Santo está actuando.

Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra