19.11.2023 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf

Tuve miedo, y me fui y escondí tu talento en la tierra

Proverbios 31,10-13, Salmo 127, 1Tesalonicenses 5,1-6, Mateo 25,14-30

Quiero comenzar esta reflexión felicitando a los directores y los miembros de la Banda Musical La Moraleja por la celebración este año de Santa Cecilia, Patrona de todos los Músicos. Es una digna y venerable tradición acordarse siempre de acudir a la presencia de Dios para darle gracias por los dones de vuestros talentos musicales y por el sustento de la agrupación musical a lo largo de los años. Que Dios acepte nuestra alabanza y acción de gracias en este día y os bendiga a todos abundantemente. Amén.

Sabemos por experiencia que cada persona tiene capacidades diferentes. Una persona con capacidad para escuchar a los demás puede no tenerla para ser un buen administrador. Aprendemos por experiencia quién es bueno en qué, y nos relacionamos con la gente en consecuencia. Tendemos a confiar a las personas tareas que son proporcionales a su capacidad. El hombre rico de la parábola que acabamos de escuchar en el Evangelio de hoy era muy consciente de las capacidades de sus servidores. Antes de ponerse en camino, confió sus bienes “a cada uno en proporción a su capacidad.” Sabía para lo que era capaz cada uno de sus tres servidores, y sólo les dio tanta responsabilidad como cada uno podía llevar. Por ejemplo, el que recibió cinco talentos de dinero era capaz de hacer cinco más. Lo que impedía al tercer servidor trabajar según su capacidad era el miedo. Dijo: “Tuve miedo, me fui y escondí tu talento en la tierra”.

Podemos simpatizar con este tercer servidor, porque, en el fondo, somos muy conscientes de cómo el miedo puede frenarnos e impedirnos hacer lo que somos muy capaces de hacer. El miedo puede ser una fuerza mucho más poderosa en la vida de unos que en la de otros. Los que han sido muy criticados durante su infancia pueden ser lentos a la hora de arriesgarse y desarrollar un enfoque temeroso de la vida. Un proverbio irlandés dice: “Elogia a los jóvenes y progresarán”. Lo contrario también puede ser cierto. “Critica a los jóvenes y se frenarán”. Las críticas injustas pueden frenar nuestro crecimiento e impedirnos alcanzar el potencial que Dios nos ha dado.

La tragedia del tercer servidor de la parábola de hoy es que, por miedo, escondió lo que se le había confiado, aunque tenía la capacidad de utilizarlo bien. Cada uno de nosotros hemos sido agraciados de alguna manera por el Señor para el servicio de los demás. Si yo oculto lo que el Señor me ha dado, otros se ven privados de ello. La mayoría de nosotros necesitamos un poco de estímulo para poner nuestros dones a disposición de los demás. Parte de nuestra vocación bautismal como cristianos es infundir ánimo a los demás, animar a los demás. Un par de versículos más allá de donde termina la segunda lectura de hoy, Pablo escribe: “Animaos unos a otros y edificaos mutuamente, como de hecho estáis haciendo.”

El mensaje básico del Evangelio de hoy es que todos tenemos talentos. Tal vez no espectaculares o dramáticos como los de otras personas que obtienen fama nacional o internacional; simplemente ordinarios, pero no por ello menos importantes. Los expertos dicen que la persona media sólo utiliza una fracción de sus talentos. Un autor escribió: “Lloro porque hay tantas oportunidades perdidas de reconfortar, tantas sonrisas retenidas, manos sin tocar, palabras amables sin pronunciar”. Merece la pena volver a reflexionar sobre estas palabras de Jesús: “Quítale el talento y dáselo al que tiene cinco”. Es decir: “úsalo o piérdelo”.

Una de las principales razones por las que la gente no utiliza sus talentos es porque han sido menospreciados en el pasado. Menospreciar a alguien es hacerle sentir pequeño, disminuir su sentido de autoestima. Hay muchas formas de menospreciar a otra persona: el cinismo, el sarcasmo, el no aprecio, el dar por sentado. El antídoto contra el menosprecio es elevar a las personas, animarlas a que se valoren a sí mismas.

Al celebrar esta Eucaristía en honor de Santa Cecilia, Patrona de todos los Músicos. El mensaje no puede ser más claro que lo que acabamos de escuchar en el Evangelio de hoy. Utilicemos nuestros talentos musicales para glorificar y alabar a Dios, para edificar la fe, para evangelizar, para elevar los corazones y las mentes de nuestros hermanos y hermanas. Sí, generalmente entre los músicos siempre hay mucha competencia, envidia y celos. El mensaje de hoy deja claro que a algunos les dan cinco, a otros tres, a otros solamente uno. A uno se le dan bien la batería o vocales, a otro la flauta, a otro el piano, el violín, las trompetas, etc. Esfuérzate por construir la tuya para que dé más frutos, en lugar de criticar a los demás o tenerles envidia. Que Santa Cecilia y El Coro Celestial del Cielo nos acompañen en el uso de nuestros talentos musicales para gloria de Dios y santificación de los hombres. Amén.