
Dt 4, 32-34, 39-40, Salmo 32, Rm 8, 14-17, Mt 28, 16-20
La Iglesia celebra hoy uno de sus misterios fundamentales de la fe: el misterio de las tres personas en un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Trinidad es la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como tres personas en una sola divinidad. La doctrina de la Trinidad se considera una de las afirmaciones cristianas centrales sobre Dios. Tiene su origen en el hecho de que Dios salió al encuentro de la humanidad de una forma y figura triple (1) como Creador, Señor de la historia de la salvación, Padre y Juez, tal como se revela en el Antiguo Testamento; (2) como el Señor que, en la figura encarnada de Jesucristo, vivió entre los seres humanos y estuvo presente en medio de ellos como el “Resucitado”; y (3) como el Espíritu Santo, al que experimentaron como ayudante o intercesor en el poder de la nueva vida.
La doctrina de la Trinidad significa que hay un Dios que existe eternamente como tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dicho de otro modo, Dios es uno en esencia y tres en persona. Estas definiciones expresan tres verdades cruciales: (1) el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Personas distintas, (2) cada Persona es plenamente Dios, (3) sólo hay un Dios. Esto es exactamente lo que profesamos en el credo: Creo (creemos) en Dios Padre, creador del cielo y de la Tierra; creo (creemos) en Jesucristo, su hijo unigénito; creo (creemos) en el Espíritu Santo, Señor y dador de la vida…
Sin entrar en algunas enseñanzas complicadas sobre el dogma de la Trinidad, es importante prestar atención a lo que Jesús instruye a sus apóstoles en la lectura del Evangelio: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.” Esto significa que todo lo que hace la Iglesia (su misión de enseñar, gobernar y santificar) lo hace siempre en nombre de la Trinidad. Y por eso la Iglesia empieza y termina sus oraciones en el nombre de Dios Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En la Iglesia, el protagonista es siempre el Dios trinitario y no nosotros mismos, no los ministros y no los asistentes. No venimos a adorarnos a nosotros mismos, sino a Dios.
Al celebrar la Trinidad, celebramos el amor y la unidad que existen en la Divinidad. Por tanto, estamos motivados para construir nuestras vidas y relaciones siguiendo el modelo trinitario de comunión de amor. Ese amor nos ha creado, nos ha redimido y nos sostiene. La realidad de la Santísima Trinidad, el misterio de nuestra fe hace que la figura del tres sea un símbolo de plenitud y simetría perfecta. El Padre y el Espíritu Santo reaparecen en todos los momentos clave de la historia de Cristo. Podemos pensar en el Bautismo, la Transfiguración y en la Cruz. Su vida refleja constantemente la Trinidad. Dios es amor. Hay tres personas en la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Juntos representan la plenitud del amor. El Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre. El Espíritu Santo es su amor mutuo. Estamos hechos a imagen de un Dios trino. Dios Padre, que nos creó, su Hijo que nos salvó, y el Espíritu Santo que nos sigue guiando. Nuestra vida debe reflejar la Trinidad. Debemos ser siempre creativos como el Padre, compasivos como su Hijo, y disponer nuestros talentos al servicio de los demás como el Espíritu Santo.
En este domingo que celebramos la Santísima Trinidad y justo antes de la fiesta del Corpus Christi, cinco de nuestros niños (Irene, Alberto, Edurne, Adriana y Carlos) habiendo pasado por la catequesis recibirán por primera vez a Jesucristo en la Eucaristía. No puede haber mejor momento para celebrar esto que hoy. ¿Qué enseña la Santísima Trinidad a estos niños nuestros? El amor y la unidad. La Eucaristía es el símbolo perpetuo del amor de Cristo por nosotros. También la llamamos comunión porque todos los que participan en el mismo banquete del cuerpo y la sangre de Cristo están llamados a una comunión, a una fraternidad de elegidos de Dios. Recibir la Eucaristía hoy por primera vez no debe convertirse en una ceremonia de graduación o un acto de fin de carrera; los padres (que son los catequistas naturales y primeros), los catequistas y toda la comunidad cristiana deben seguir acompañando a estos niños para que valoren la importancia del sacramento y la celebración de hoy siendo para ellos luz y ejemplo. Estos niños no volverán a comulgar con la ilusión de este día si sus padres no los acompañan a la Iglesia, a la misa de cada domingo, por ejemplo, estos niños no valorarán la celebración de hoy si no ven a sus padres ilusionados por estar allí, en la Iglesia, en la misa y recibir también la eucaristía. Pedimos en esta misa por estos niños que la Santísima Trinidad guíe, conduzca y aspire la verdadera fe y devoción a la santa eucaristía a estos niños de nuestra comunidad que hoy recibirán su primera comunión.