Éxodo 12:1-8, 11-14, Salmo 116, 1Corintios 11:23-26, Juan 13:1-15

Celebramos esta tarde la misa que conmemora la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su arresto, pasión y muerte. La última cena se celebraba en el contexto de la cena judía de la Pascua y nuestra primera lectura explica el significado de esta fiesta. En palabras y símbolos, recordaba el mayor acto salvador de Dios en el Antiguo Testamento, el éxodo de Egipto, liberando al pueblo de Dios de la esclavitud. Nos abre a la idea de que Dios entra en nuestras vidas para salvarnos y liberarnos de lo que nos oprime. Así, “abiertos”, estamos preparados para la buena noticia de que la obra salvadora definitiva de Dios se realiza en y por Jesucristo.

En el transcurso de esta última cena con sus discípulos, Jesús hizo muchas cosas. Lavó los pies de sus discípulos, como leemos en el Evangelio de Juan. Instituyó la Eucaristía como un nuevo testamento en su memoria. Dio el nuevo mandamiento de “amarse los unos a los otros”. Aunque, podemos hablar de tres instituciones diferentes a través de estos últimos gestos y palabras de Jesús, pero las tres están conectadas. La primera expresa el servicio mutuo. El evangelista lo capta muy sucintamente así: “Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla, echó agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos…” Cuando terminó “se puso la túnica y volvió a la mesa”. Cada uno de los gestos enumerados está lleno de significados. Pero basta decir que para servir a los demás debemos imitar a Jesús “levantándonos y quitándonos la túnica”. Nadie lo hace sin humildad, por eso alguien lleno de sí mismo y de orgullo o soberbia no puede servir a los demás. 

La segunda expresa la entrega de Jesús en la Eucaristía, el pan y el vino que se convierten en su cuerpo y su sangre. San Pablo, en la segunda lectura, capta bien esta tradición eucarística que ha recibido. Cada vez que celebramos la eucaristía estamos proclamando la muerte del Señor hasta que venga. Lo hacemos siempre en fidelidad al Señor, que nos pidió que lo hiciéramos en memoria suya. Al igual que la Pascua debía celebrarse en recuerdo del éxodo entre los judíos, la eucaristía se celebra no sólo como recuerdo del acontecimiento salvífico de Cristo, sino como una recreación de ese acontecimiento en nuestro hoy. Con sus discípulos, en la Última Cena, anticipó su muerte por nosotros en la cruz, entregándose en los símbolos sacramentales del pan y el vino. Desde entonces, la celebración de nuestra Eucaristía es el memorial vivo por el que nos unimos al acto de amor salvador de Nuestro Señor. Es nuestro modo de participar en el nuevo éxodo, de liberarnos del aislamiento de la preocupación por nosotros mismos para llegar a ser plenamente humanos como Dios quiere que seamos.

El tercero es el mandamiento del amor: “Os doy un mandamiento nuevo”, dice Jesús a sus discípulos, “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13,34). Como uno de sus últimos testamentos, Jesús ordenó a sus discípulos, y también a nosotros, que nos amáramos los unos a los otros -amor fraterno-, pues todos somos hermanos. El Papa Francisco hace poco escribió su encíclica “Fratelli Tutti” que significa somos todos hermanos y entre los hermanos no se compiten por títulos, pero se comparten lo que tienen entre sí. Y ¿por que rezamos cada día el PADRE NUESTRO si no somos todos hermanos y si no podemos vivir así, ayudando uno a otro? El nuevo mandamiento y además el testamento de Jesús al dejar este mundo a los suyos es el amor mutuo – fraternidad – caridad y servicio (diaconía) sin esto no podemos llamarnos realmente la familia que somos.  

Existe un estrecho vínculo entre el hecho de que Jesús les lavara los pies y de que ellos fueran a lavar los pies de otros en el futuro. Si la Eucaristía es el lugar donde el Señor nos lava los pies, la vida cotidiana es el lugar donde podemos lavar los pies de los demás. La verdadera piedad eucarística debe conducir al servicio de los demás. Jesús, que partió el pan de la Eucaristía, lavó también los pies de sus discípulos. Debemos seguir su ejemplo tanto en el altar de la Eucaristía como en el altar de la vida. La Eucaristía que celebramos debe conducir al amor fraterno, a la entrega mutua y al servicio entre nosotros.