La institución de la Eucaristía

En la Última Cena, Jesús hizo algo más que compartir una comida, instituyó el Sacramento de la Eucaristía, el sacrificio de la Nueva Alianza, cumpliendo y transformando la Pascua judía.

Cumplimiento de la Pascua

La Última Cena tuvo lugar durante la Pascua, cuando los judíos recordaban su liberación de Egipto (Éxodo 12). En la Pascua original, los israelitas eran salvados por la sangre del cordero sacrificado en los postes de sus puertas. Jesús, el verdadero Cordero Pascual, ofrece su Cuerpo y su Sangre como sacrificio nuevo y perfecto para la salvación del mundo (1Corintios 5:7).

Presencia Real: El Cuerpo y la Sangre de Cristo

La Iglesia Católica enseña la transubstanciación, es decir, que la sustancia del pan y del vino se convierte realmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, mientras que las apariencias siguen siendo las mismas. Esto no es simbólico; Cristo está verdadera, real y sustancialmente presente. Los primeros Padres de la Iglesia, incluido San Ignacio de Antioquía (siglo I), afirmaron esta creencia.

Una alianza nueva y eterna

Las palabras de Jesús: “Esta es mi Sangre de la Alianza,” hacen eco de Éxodo 24:8, donde Moisés selló la Antigua Alianza con la sangre del sacrificio. En la Última Cena, Jesús estableció la Nueva Alianza, sellada con Su propia Sangre, cumpliendo Jeremías 31:31-34.

La Eucaristía como sacrificio y comunión

La Eucaristía es ambas cosas:

1. Sacrificio: Hace presente el único y perfecto sacrificio de Cristo en la Cruz (Hebreos 10:10-14). La Misa no es un nuevo sacrificio, sino una participación en el único Sacrificio del Calvario, representado de nuevo de manera incruenta.

2. Una comunión con Cristo: Jesús se entrega a nosotros para que estemos unidos a Él (Jn 6, 56). La Eucaristía alimenta nuestras almas y nos fortalece en la gracia.

Aplicación en la vida cristiana

Participar en la Eucaristía profundiza nuestra unión con la Pasión de Cristo y fortalece nuestra vida espiritual. Recibir dignamente la Eucaristía exige confesarse si uno está en pecado mortal (1Cor 11,27-29). Vivir eucarísticamente significa ofrecernos como sacrificio espiritual en la vida diaria (Romanos 12:1).