30.03.2025 – Dominicas – Hermanitas – Iglesia Vera Cruz – Villanueva del Arzobispo (Jaén)

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” – El evangelio de la reconciliación

Josué 5,9-12, Salmo 33, 2Corintios 5,17-21, Lucas 15,1-2, 11-32

El mensaje central de este cuarto domingo de cuaresma es “la reconciliación.” El apóstol Pablo lo expresa con gran énfasis: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.” La reconciliación es abandonar las viejas costumbres que ya no son sostenibles y adoptar nuevas virtudes que den vida. Dice el apóstol Pablo “si alguno está en Cristo es una creatura nueva” (2Cor 5:17). ¿Qué viejos hábitos estamos dispuesto a abandonar?

El evangelio de hoy necesita una reflexión personal de cada uno de nosotros. Y me gustaría subrayar los tres personajes principales de la parábola. En primer lugar, está el hijo menor, un muchacho impaciente que quería su herencia ya. No podía esperar la muerte de su padre. Dedos codiciosos, picazón en los pies, naturaleza sensual; queriendo vivir a lo grande, y al diablo con los mandamientos. Una vida basada en hacer lo que le apetece no es una historia desconocida. Ponemos excusas: “Claro que sí, mientras seas joven. Mientras te diviertas, y te mantengas a salvo.” Pero la felicidad se le acabó, y entró en razón. Realmente estaba arrepentido. Arrepentirse es lamentar estar en un lugar, querer estar en otro, y tener la voluntad y la determinación de llegar a él. Lamentar nuestros pecados, querer un tipo de vida diferente y tener la determinación de cambiar. Bueno, él tenía eso. Fue agraciado con eso. “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros” (Lc 17, 19). Lo más importante de él es que reconoció sus pecados y quiso librarse de ellos. Estaba realmente arrepentido. “Un corazón quebrantado O Dios, tu no lo desprecies” dice el salmista.

También el personaje del padre, que estaba pendiente del regreso del hijo. “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio” (Lc 15,20). Todavía lejos es decir que estaba pendiente de él, desde el día en que se fue, vigilando, esperando y rezando, como muchos padres. Ilustra lo que el Padre Dios siente por cada uno de nosotros, lo mucho que le importamos, lo mucho que desea que volvamos al Él.  Y no se limitó a esperar al hijo, sino que salió corriendo a su encuentro. Y se encontró con él a mitad de camino. El padre es generoso por su perdón y la intensidad de su alegría: “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve personas rectas que no necesitan arrepentirse” (Lc 15,7).

Esta también el hijo mayor, tan enfadadísimo. Está indignado por el fácil perdón de su padre al pródigo que ha vuelto, y se niega incluso a entrar. Su enfado es bastante comprensible y es tratado con cierta simpatía por su padre, pero la actitud del hijo mayor ayuda a ilustrar lo mucho más indulgente o tolerante que es Dios que nosotros. Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.”

Esta parábola se aplica a todos y cada uno de nosotros. Hay alguien que nos acoge y nos perdona sin condiciones, alguien que quiere que tengamos plenitud de vida. Ese alguien es Dios, que no se cansa de extender a cada uno de nosotros su invitación a reconciliarse con él y con nuestros hermanos. “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.”