09.02.2025 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf (Jaén)

¿A quién elige Dios?

Isaías 6:1-8, Salmo 137:1-5, 7-8, 1Corintios 15:1-11, Lucas 5:1-11

Acabamos de escuchar dos icónicas historias vocacionales de los tiempos bíblicos. La semana pasada tuvimos la llamada de Jeremías, y esta semana tenemos las historias vocacionales de Isaías y del apóstol Pedro. Uno podría preguntarse: «¿Por qué estos hombres? ¿En qué estaba pensando Dios? Pero en realidad esto no es nada nuevo para el Dios de las sorpresas. Abraham se convierte en un nuevo padre en su vejez; Moisés, de lengua lenta, se enfrenta al Faraón, el joven pastor David es elegido rey, y Saulo, el perseguidor, se convierte en Pablo, el apóstol. Con estos ejemplos está claro que Dios hace lo que quiere.

Los personajes que Dios ha elegido a lo largo de la historia para ser instrumentos de justicia, misericordia, amor y compasión han sido individuos valientes y terrenales. Podríamos equivocarnos al descalificarnos a nosotros mismos para no ser nunca llamados por Dios para ser sus instrumentos. Puede que intelectualmente comprendamos que Dios ha elegido a muchas personas como nosotros para ser sus obreros de su viña; pero con demasiada frecuencia la cosa acaba ahí, si espiritualmente bajamos la cabeza, y dejamos que sean otros los que sigan la llamada de Dios.

Tras haber experimentado la generosidad del Señor en la extraordinaria pesca, Pedro se da cuenta de repente de su propia debilidad e indignidad. Siente que no merece tanta generosidad por parte de Jesús; pero a continuación descubre que el Señor le ama y tiene un gran propósito para su vida a pesar de sus imperfecciones. A partir de ahora, recogerá gente en la red del reino de Dios. El propósito que el Señor tiene para nosotros no depende de nuestra valía. El Señor no espera a que seamos dignos para llamarnos a participar en su obra vivificadora en el mundo. De hecho, la misma conciencia de nuestra indignidad crea una oportunidad para que el Señor actúe a través de nosotros. El Señor no puede comprometernos en su servicio si nos consideramos completos o perfectos.

Como cristianos, tú y yo hemos sido llamados al servicio del Señor incluso en nuestra indignidad, al igual que Jeremías y Pedro. El Señor nos pide que sigamos sembrando semillas de paz, amor y justicia en nuestro mundo. En esta tarea, necesitamos confiar en que Dios multiplicará nuestros pequeños esfuerzos.