26.01.2025 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf (Jaén)

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La Palabra de Dios nos libera

Neh 8,2-6.8-10; Sal 18; 1Cor 12,12-14.27; Lc 1,1-4.4.14-21

Hoy, tercer domingo del tiempo ordinario, celebramos el Domingo de la Palabra de Dios. Instituido por el Papa Francisco, en su carta apostólica, emitida motu proprio, «Aperuit illis» (AI), el 30 de septiembre de 2019. El Papa concibe el Domingo de la Palabra como un día para celebrar, reflexionar y compartir la Palabra de Dios. Las lecturas de hoy nos invitan a todos a reflexionar y revisar nuestra relación personal con la Palabra de Dios.

«No estés triste ni llores». La práctica de reunirse, escuchar y meditar la Palabra de Dios se remonta a siglos atrás. En la lectura de hoy, oímos cómo el pueblo, que llevaba años sin conocer la ley, lloró al descubrirla, dándose cuenta de lo lejos que se había desviado del camino que Dios le había trazado. De repente, se dieron cuenta de todo lo que se habían estado perdiendo. Pero la respuesta del profeta fue clara: «No os entristezcáis, porque la alegría en el Señor es vuestra fuerza». Lo que importa es cómo respondieron a la invitación a una nueva forma de vida, que les devolvía su identidad como pueblo elegido de Dios.

Al reflexionar sobre esta escena, podemos preguntarnos: ¿Cómo vivimos nuestras celebraciones? ¿Es el día del Señor – el domingo – una verdadera celebración? ¿Sentimos que el Señor sigue hablándonos, guiándonos y acompañándonos a través de su Palabra? Esta debería ser la fuente de nuestra alegría. ¿O asistimos a Misa de mala gana, pensando en otras cosas y mirando constantemente la hora?

San Pablo nos invita a reflexionar sobre los carismas subrayando su diversidad y importancia. Los dones que Dios concede a su Iglesia son complementarios y necesarios. En el camino de la sinodalidad, cada uno puede encontrar su lugar. Aunque algunos ministerios o carismas son más prominentes todos los carismas son igualmente importantes por la Iglesia. Cada persona con sus carismas puede contribuir para la difusión del evangelio, ya que sea hombres o mujeres, adultos, mayores, jóvenes o niños. O sea, catequistas, o de coro, o lectores, o acólitos, religiosas, escritores, predicadores, cada persona puede participar activamente en la vida de la Iglesia. Imaginemos todo lo que podríamos conseguir si cada uno pusiera sus dones al servicio de los demás. Los carismas son para servir a los demás, no para presumir.

Por último, el Evangelio nos recuerda a qué vino Jesús al mundo: «a traer la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, la liberación a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor». La idea de un año jubilar no es nueva; existe desde hace mucho tiempo. Jesús vino a traernos su Evangelio: a restaurar nuestra libertad, nuestra visión y nuestra reconciliación con Dios. La fe en Cristo nos permite ver la vida y sus acontecimientos con nuevos ojos: ver a las personas y las circunstancias de la vida de otra manera. Oír, ver, ser libres, sentirse en paz con Dios y con los hermanos en la Iglesia, son elementos que deben estar siempre presentes en la vida de todo creyente en Jesús.

El Espíritu de Dios, que se posó sobre Jesús, desciende también sobre cada uno de nosotros cuando nos abrimos a Él. El mensaje es claro: debemos vivirlo. Reavivemos nuestra hambre de escuchar la Palabra de Dios, que nos capacita para experimentar esta liberación. Que la Palabra sea fuente de luz y consuelo en nuestras vidas.