25.12.2024 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf (Jaén)

Navidad: una invitación a dar espacio a Dios

Isaías 52,7-10, Salmo 97,1-6, Hebreos 1,1-6, Juan 1,1-18

«En el principio creó Dios el cielo y la tierra, y la tiniebla cubría la faz del abismo. Y Dijo Dios: —Haya luz. Y hubo luz». Así comienza el relato bíblico de la primera creación, y cuando ésta terminó, «vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno». Esta bondad y justicia originales se fragmentaron cuando nuestros progenitores abusaron la libertad que Dios les había concedido, de modo que una vez más, como dice el profeta Isaías «vinieron tinieblas a cubrir la tierra, y oscuridad densa los pueblos» (Is 60,2). Para disipar estas tinieblas, era necesaria una nueva creación, y el ideal de bondad y perfección se convirtió en una realidad viva, cuando la luz de Cristo vino al mundo. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, les ha brillado una luz» (Is 9,2). Porque Dios, que había creado a la humanidad a su imagen y semejanza, se había identificado ahora con el género humano y, asumiendo el cuerpo de un niño, había descendido entre nosotros.

Hermanos en Cristo, la Navidad es la celebración de un acontecimiento extraordinario: Dios, en su amor, quiso compartir la existencia humana. En el Niño nacido en Belén reconocemos al mismo Hijo de Dios. Cuando los Evangelios se refieren a este acontecimiento, lo cuentan como una Buena Noticia que llena de alegría a toda la humanidad, pero no ocultan la resistencia que el ser humano opone a Dios. El prólogo del Evangelio de Juan dice que el Verbo vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron (cf. Jn 1,11). Dios habla en la persona de Jesús, pero el hombre no quiere escuchar; la luz de Dios viene a la tierra, pero los hombres prefieren permanecer en las tinieblas. El Evangelio de Lucas presenta el dramático hecho de que el Hijo de David no encuentra alojamiento en su ciudad y tiene que nacer en un pesebre (cf. Lucas 2, 7). Las puertas de la casa están cerradas, así como las casas de muchos hombres y mujeres, que tienen miedo de acoger a Dios en sus vidas. El Evangelio de Mateo presenta otra oposición al Mesías, la que proviene del corrupto y sanguinario rey Herodes, que sólo mira por sí mismo, preocupado por conservar el poder a toda costa. Sabemos que no dudó en ejecutar a algunos miembros de su propia familia, incluso a su mujer. Y el Evangelio también nos dice que no tuvo ninguna dificultad en ordenar el asesinato de niños inocentes. El rey Herodes tiembla ante un Niño nacido de una familia pobre de Belén, porque sabia que su poder no es legítimo, sino sólo el resultado de la opresión y la violencia.

Todas estas fuerzas que se oponen al Mesías de Dios nos hacen pensar que la Navidad no consiste sólo en que Dios nos ame, sino que para dejarse amar es necesario hacer sitio a Dios. La Navidad consiste en hacer sitio a Dios en nuestras vidas. No tenemos que temer a Dios, porque Él ocupa el centro de nuestro corazón y de toda nuestra existencia. La invitación navideña es: Ven a Jesús y siéntete bienvenido. No importa lo que hayamos hecho, ni lo mal que nos sintamos: Él puede ayudarnos a convertirnos en todo lo que estamos destinados a ser: hijos amados, hijas amadas de Dios. A quienes lo aceptan este día de Navidad, les da el poder de convertirse en hijos de Dios. Es él, nuestro Señor Jesucristo, quien nos trae hoy aquí. ¿Estamos dispuestos a aceptarle? ¿Estamos dispuestos a dejar de mirarnos a nosotros mismos y empezar a mirar hacia el cielo y, también, hacia la persona que tenemos delante? ¿Aceptaremos a Dios cuando aparezca de repente en nuestras vidas en el rostro de los más pobres, los marginados, los hambrientos y los enfermos? Navidad es acoger la sorpresa de Dios, dejarnos amar por Él, dejar que nuestra vida sea impulsada por Él. Si lo hacemos, seremos hermanos de un mundo nuevo, el mundo de Dios. Y poco a poco, daremos paso a una nueva humanidad.

En esta Navidad
Te deseo la salud y la felicidad

¡Que Dios te bendiga!