03.11.2024 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf (Jaén)

Amar a Dios es el primer mandamiento
Deuteronomio 6,2-6, Salmo 18, Hebreos 7,23-28, Marcos 12,28-34
¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? En otras palabras, ¿cuál es la ley más importante? En respuesta a esta pregunta, Jesús habla del más importante de todos los mandamientos: El amor a Dios y el amor al prójimo. Resumió los Diez Mandamientos en dos, utilizando las mismas palabras que utilizó Moisés: «¡Escucha, Israel! Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma». Luego, lo amplió añadiendo un segundo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Obviamente, las hemos escuchado una y otra vez. La experiencia ha demostrado que la segunda es más difícil de cumplir que la primera. Sin embargo, ambos están entrelazados, porque si podemos obedecer el segundo, entonces podemos, y de hecho hemos observado el primero. Esto se debe a que Dios vive en nuestro prójimo. No podemos odiar o dañar a nuestro prójimo por ningún motivo y seguir afirmando que amamos a Dios.
Por desgracia, debido al instinto natural humano de auto-conservación, orgullo y egoísmo (el «ego» o «yo»), parece prácticamente imposible amar ni a Dios ni al prójimo. Sin embargo, Cristo no nos pide que hagamos lo que Él no pudo hacer. Él venció a todos esos enemigos del amor. Cualquier cristiano que venza a estos enemigos amará sinceramente. La buena noticia es que Cristo sabe que es posible. Si no fuera así, no nos habría mandado amar. Por eso, amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos es una «deuda» que tenemos y que debemos pagar (Romanos 13, 8). Es el sacrificio de la nueva alianza, que debe ofrecer el nuevo pueblo de Dios y, de hecho, todo hijo de Dios.
Amar al prójimo como a uno mismo no significa necesariamente morir en la cruz como hizo Jesús, pero es posible demostrarlo con gestos pequeños pero concretos como una sonrisa sincera, gestos de hospitalidad, buenas palabras y caridad. No sólo signifique hacer algo extraordinario, sino también hacer algo sencillo.
La palabra clave hoy es el amor. Un amor que va en dos direcciones. Hacia Dios, dándole un lugar de honor en nuestra vida, en nuestra mentalidad, en nuestra jerarquía de valores. Saber escucharle, adorarle, encontrarle en la oración, amar lo que Él ama. Y a nuestros hermanos, a nuestro «prójimo», a los que son simpáticos y a los que son menos simpáticos, porque todos son nuestros hermanos. Amarles significa no sólo no hacerles daño, sino también ayudarles, acogerles, perdonarles… El apóstol Juan escribió: «No puedes decir que amas a Dios, a quien no ves, si no amas a tu hermano, a quien ves» (1Juan 4,20-21).
Para amar a los demás, es necesario reconciliarse con uno mismo. Amarnos a nosotros mismos es la condición para poder amar a los demás. Si nos odiamos a nosotros mismos, seremos agresivos con los demás en nuestro trato con ellos. Y a medida que crezcamos en la aceptación de nosotros mismos, nos sentiremos más libres para amar a los demás. Recordemos siempre que el primero que nos ama es Dios. Y desde la experiencia de su amor podemos amar a los demás.