15.08.2024 – Parroquia San Andrés Apóstol – Villanueva del Arzobispo (Jaén)

Mi alma glorifica al Señor

Ap 11,19; 12,1-6.10; Sal 45; 1Cor 15,20-25; Lc 1,39-56

Hoy celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “La Santísima Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, donde participa ya de la gloria de la Resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.” (CIC 974.)

La Asunción de María al cielo nos recuerda que la vida en la tierra es una peregrinación hacia nuestro destino final. Preparamos con esperanza nuestro propio paso a la vida eterna mediante las opciones que tomamos hoy. Cuando elegimos amar y seguir a Dios en nuestra vida diaria, fortalecemos nuestra relación con Él, y esta relación es el verdadero significado del cielo: “Vivir en el cielo es estar con Cristo” (CIC 1025).

Hoy leemos la oración de alabanza de María en el Evangelio de Lucas. El Magnificat refleja la visión que María tiene de Dios: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.” María combina la adoración sincera a Dios con una profunda alegría en su presencia, en el espíritu del consejo dado a los primeros cristianos: “Alegraos siempre. Orad sin cesar” (1Tes 5,17). En su Magnificat, María está embelesada por Dios, no pide nada para sí misma, no se preocupa por el futuro; sólo piensa en la bondad de Dios hasta el momento presente y en la gratitud que le debe. En ella tenemos el ejemplo supremo de alguien totalmente cautivado por el amor de Dios. En este sentido, es la más bella de todas las criaturas de Dios.

La primera de todas las Santas, es la esclava, la sierva voluntaria y alegre del Señor. Vivió únicamente para Dios y por eso Dios, que no puede ser superado en generosidad, le concedió la plenitud de la gracia. Ahora bien, del mismo modo que Jesús no nos abandonó cuando subió al cielo, María no ha sido separada de la comunidad cristiana por su Asunción, sino que sigue siendo para cada uno de nosotros un signo de esperanza. Estamos llamados, como Ella, a participar en la plenitud de la gloria de Cristo. Ella es el modelo y la garantía de todo lo que el creyente espera llegar a ser en el cielo. Rezamos hoy para que también nosotros seamos dignos de llegar a ese lugar del cielo que Dios ha preparado para los que le aman.

Nuestra Santísima Madre nos muestra cómo el modo en que vivimos hoy puede prepararnos, con esperanza, para entrar también nosotros en la gloria celestial al final de nuestra vida. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.