24.12.2023 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf (Jaén)

Promesa y cumplimiento – Decir sí al plan de Dios.

2Samuel 7:1-5, 8-12, 14, 16, Salmo 88 (89), Romanos 16:25-27, Lucas 1:26-38

Hoy celebramos el cuarto domingo de Adviento. Este año el cuarto domingo de Adviento llega casi muy tarde dejándonos poco o ningún tiempo para los preparativos de la celebración de Navidad que comienza con la Misa de Vigilia, la Misa de Gallo y la Misa del día de Navidad. Este año, todas ellas tendrán lugar al menos en 24 horas. 

Me gustaría invitarnos brevemente a examinar más de cerca las lecturas de hoy, que están bellamente seleccionadas. En efecto, el Evangelio es un cumplimiento de la promesa mesiánica de la primera lectura, reforzada por el Salmista (en el Salmo 89).

El mensaje profético de 2Sam 7 ocupa el tercer lugar en la tradición bíblica sobre la promesa del Mesías, justo detrás de Gn 3,15 y Gn 12,2-3. Jacob había visto que el liderazgo de las tribus recaería en su cuarto hijo, Judá; Balaam había predicho que de Jacob surgiría una estrella y un cetro que aplastaría a todos sus enemigos. Pero Natán predice ahora que la única familia de Judá sobre la que descenderá el manto del gobierno será la familia de David. Y ese gobierno, reino y autoridad no serán limitados; tres veces subraya que serán “para siempre” (2Sa 7:16).

Después de todas sus guerras, de vencer a todos sus enemigos y de ver cómo Dios le había protegido a lo largo de los años, David quiso construir una “casa” para Dios y, cuando se lo dijo al profeta Natán, su reacción inmediata fue positiva: David debía seguir adelante con sus planes de construir una nueva casa para Dios. Sin embargo, esa noche Dios advierte a Natán que lo que le dijo a David era su propia opinión y no una instrucción divina. A Natán se le pide entonces que le comunique a David una de las predicciones más sensacionales de la Biblia. El plan de Dios es decisivo: en lugar de hacer que David construya una “casa” para el Todopoderoso, Dios hará una “casa” de David (2Sa 7:13). Lo hará confiriéndole a él y a su “descendencia” (v. 12) las promesas que hizo a los patriarcas.

La profecía de Natán, predice varias características nuevas e importantes sobre el Mesías venidero: (1) El Mesías vendrá de la carne y semilla de David; (2) será el heredero de David; (3) también será el hijo natural de Dios, (4) tendrá un reino, gobierno y reinado que nunca terminará; y (5) seguramente vendrá un día en el futuro.

Así, pasamos de la “semilla de la mujer” (Gn 3:15), que será victoriosa sobre Satanás, a la “semilla de Abraham” (Gn 12:2-3), que será una bendición para toda la tierra, a la “semilla de David” (2Sam 7), que tendrá un reinado que no tendrá fin. Esta promesa-plan mesiánico tripartito progresivo de Dios se cumple en Jesús – Lo que celebramos en Navidad es el cumplimiento de esas promesas por parte de Dios.

Así, cuando el ángel Gabriel anuncia a María, la madre del Mesías, que “el Señor Dios le dará [a Jesús] el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre; su reino no tendrá fin” (Lc 1,32b-33), como leemos en el evangelio de hoy. El ángel reafirma así la promesa hecha a David. El apóstol Pablo, en la segunda lectura de hoy, reafirma que se trata de un misterio mantenido en secreto durante largos siglos y que ahora se desvela. Sólo hay que imaginar el intervalo de años que media entre el mensaje profético de Natán y la anunciación del ángel a María para comprender lo que quiere decir Pablo.

Pero, ¿en qué nos afecta todo esto aquí y ahora? El Apóstol Pablo dice que todo esto debe suscitar en nosotros “la obediencia de la fe.” Fe en el único Dios sabio, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos. Ésa es exactamente la respuesta de María en el Evangelio. Celebrar la Navidad debe suscitar en nosotros un sí total al plan de Dios, igual que María aceptó la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”