18.06.2023 – Villanueva del Arzobispo – Iznatoraf

Misión y reconciliación
Éxodo 19,2-6, Salmo 99, Romanos 5,6-11, Mateo 9,36-10,8
La misión y la reconciliación son temas destacados en las lecturas. El pueblo de la Antigua Alianza recibió su misión a través de Moisés. Nosotros, el pueblo de la Nueva Alianza, recibimos nuestra misión a través de Jesús. ¿Cuál es nuestra misión? Se nos encomienda y envía a proclamar alto y claro a todo el mundo que el Reino de Dios ha llegado. El evangelio nos recuerda que Jesús elige a algunos de sus discípulos para tareas específicas. Esto no quiere decir que los demás no tengan nada que hacer. Toda la Iglesia es misionera. Cada uno de los bautizados tiene el deber de difundir el Evangelio lo mejor que pueda. Hay muchas maneras de hacerlo. Pero la básica y más importante que podemos hacer es vivir una vida cristiana profunda.
Antes de considerar si estamos o no haciendo algo para difundir el Evangelio, deberíamos considerar nuestra actitud hacia el proyecto. ¿Pensamos en el asunto? Jesús envió a los apóstoles porque tuvo compasión de las multitudes. Hay millones de personas que nunca han oído hablar de Cristo. ¿Cómo nos afecta este hecho? ¿lo aceptamos como un desafío? ¿Compartimos de algún modo la compasión de Cristo? San Juan Crisóstomo escribió: “No hay nada más frío que un cristiano que no se preocupa por la salvación de los demás”. El evangelio de hoy bien puede ser una llamada a que salgamos de nuestros pequeños cubitos de hielo.
La cosecha es del Señor. Dios proveerá, pero hay que pedírselo. Dios envía trabajadores en respuesta a la oración. Eso fue lo primero que Jesús dijo a los discípulos. El trabajo sin oración será infructuoso. Pablo era consciente de ello. En sus cartas pide siempre oraciones para que Dios bendiga su labor misionera. Una manera de cumplir con nuestra tarea misionera es recordar la labor misionera de la Iglesia en nuestra oración personal diaria. Incluso muchas personas generosas se ven impedidas por las circunstancias para dedicarse a la labor misionera. Pero nada impide rezar por la difusión del Evangelio. No podemos ser indiferente.
Jesús dio a los apóstoles poder sobre los espíritus malignos. Les dio poder para sanar. El ejercicio de esos poderes debía ser una clara señal que anunciara la presencia del reino. En su época los apóstoles hicieron muchos milagros. En nuestros días los milagros pueden no ser tan frecuentes o tan evidentes, pero el poder está ahí en la Iglesia. Cada cristiano está llamado a ser una influencia para el bien en la sociedad. La presencia del Reino se anuncia, la misión de Cristo continúa y se amplía cuando llevamos la compasión de Jesús a la vida de los demás. A través de nuestros contactos cotidianos con la gente, especialmente con los que viven en soledad, los discriminados, abandonados, podemos y debemos ser instrumentos de aceptación, reconciliación y sanación. No tenemos que ir a las misiones extranjeras para hacerlo. Para la mayoría de los cristianos, la casa – familia, la parroquia y el lugar de trabajo son territorios de misión en los que tienen que difundir el mensaje del Evangelio lo mejor que puedan.
Cuando el género humano se apartó de Dios, Dios hizo algo extraordinario. Por iniciativa propia, movido por puro amor, envió a su Hijo único a morir por nosotros. La muerte de Jesús logró nuestra reconciliación. Ahora somos amigos de Dios. Pablo se alegra de ello. Tenemos la prueba del amor que Dios nos tiene. Nos exhorta a desechar las dudas. Ahora tenemos motivos sólidos para esperar que Dios nos considere justos a sus ojos. Como Pablo, también nosotros tenemos una misión. Hemos de ser “embajadores de Cristo”. Los embajadores deben ser constructores de lo que anuncian. Anunciamos con alegría la reconciliación. Eso implica ayudar constantemente a nuestros hermanos y hermanas, con nuestro buen ejemplo, a reconciliarse con Dios y entre sí.